LA SUSTANCIA P

El estudio de una molécula relacionada con el dolor crónico sugiere un posible tratamiento contra la adicción a la morfina.

Biomedia (Barcelona). La sustancia P es una proteína neurotransmisora muy abundante en el cerebro de los mamíferos.

Aunque su existencia se conoce desde hace tiempo, su papel en el funcionamiento del sistema nervioso apenas comienza a ser comprendido en detalle. Sin embargo, ya contamos con ejemplos muy claros de su importancia fisiológica y posiblemente terapéutica.

Sabemos, por ejemplo, que la sustancia P se localiza en partes del cerebro involucradas en fenómenos como la depresión, la ansiedad y el estrés. Además, tiene una participación crucial en el procesamiento de estímulos dolorosos y se ha sugerido que su receptor puede ser un blanco importante para el tratamiento del dolor crónico (Nature 1998; 392: 334-335).

Ahora, un nuevo estudio firmado por investigadores del University College de Londres y de la Universidad Miguel Hernández de Alicante sugiere que la sustancia P también es intermediaria en los efectos placenteros de sustancias como la morfina, lo que abre una nueva vía para tratar la adicción a drogas de esta naturaleza.



Estos investigadores generaron ratones modificados genéticamente que carecían de una molécula llamada neuroquinina-1, el receptor de la sustancia P, y encontraron originalmente que la respuesta de estos animales a estímulos dolorosos se hallaba alterada.

Aunque los ratones sí percibían el dolor sin problemas, el estrés y algunos de los reflejos asociados a él se encontraban disminuidos. Sin embargo, en su nuevo estudio publicado en la revista Nature del 11 de mayo (2000; 405:180-183), estos científicos han ido un paso más allá y han explorado un problema diametralmente opuesto: el papel de la sustancia P y de la neuroquinina-1 en la percepción de estímulos placenteros.

Estas dos moléculas también se hallan presentes en una región del cerebro conocida como núcleo accumbens, región intermediaria en las sensaciones positivas que experimentamos tras un estímulo gratificante, como una buena comida o una droga. De esta forma, si la sustancia P y la neuroquinina-1 tienen que ver con esta función del núcleo accumbens, era importante ver cómo cambiaba en los ratones mutantes.

Lo que encontraron fue que los animales sin neuroquinina-1 no respondían positivamente a la administración de morfina, presumiblemente porque dejaron de experimentar sus efectos placenteros.

De la misma manera, la sensación de ansiedad y el malestar físico que suelen presentarse cuando se interrumpe el consumo habitual de la droga (una de las causas responsables de las recaídas en individuos que intentan abandonar el hábito) también desapareció en los animales sin el receptor.
¿Y qué pasa con el placer asociado a una buena comida? ¿Desaparece también?

Afortunadamente no. El efecto descrito por estos científicos no parece generalizarse a toda clase de estímulos placenteros, sino que es específico para la morfina.

De esta forma, si los animales sin neuroquinina-1 eran privados de alimento, la conducta observada tras permitirles acceso a comida era igual a la de ratones normales. Igualmente, el efecto tampoco se generalizó a otras drogas. Así, cuando el experimento se hizo con cocaína en vez de morfina, la falta de neuroquinina-1 tampoco tuvo ninguna consecuencia, lo que indica que no todas las drogas emplean los mismos mecanismos cerebrales de acción.

En resumen, la sustancia P y su receptor son tan importantes para el dolor como para el placer. Además, los hallazgos de este estudio sugieren que el uso de fármacos capaces de inhibir la acción de la neuroquinina-1 podrían utilizarse como agentes en el tratamiento en casos de adicción a la morfina, debido a su habilidad para suprimir las sensaciones negativas asociadas a la interrupción del consumo de la droga. Por último, es importante considerar el efecto teórico de fármacos de esta naturaleza sobre individuos que nunca han tomado morfina. Si estos compuestos fuesen capaces de prevenir el placer inicial asociado a la droga, su desarrollo podría conducir a la aparición de una especie de «vacuna» contra la adicción. Las implicaciones sociales de un posible agente inmunizador de este tipo son muy profundas y merecen una atención especial no sólo por parte de los científicos, sino también por el público en general. 

Juan Carlos López García es doctor en filosofía por la Universidad de Columbia y editor de Macmillan Publishing Company, Londres 

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